En el principio fue la brevedad: La escritura debía ajustarse a los caparazones de tortugas o a placas de piedra cuyo esfuerzo para cincelar obligaba a ser breve. A nadie se le hubiesen ocurrido enciclopedias y quijotes sobre la cantera, y menos sobre los espaldares de la tortuga, la brevedad era lo más natural del mundo; fue con la llegada del libro (Codex, se le llamaba) que escribir historias largas ya no pondría en peligro los dedos en el martillo, con el papel y la tinta sustituyendo el martillo y el cincel el escritor perdió su buen bíceps. Desde entonces, al menguar su fuerza, el escritor no volvería a ser bravo y breve, esta homofonía armoniza lo que significaba ser escritor entonces. Pero quizás este binomio antiguo del escritor nos puede guiar para lo que significa escribir literatura breve hoy día: el golpe de cincel se convirtió en golpe de ingenio, al martillo lo remplazó la fuerza imaginativa. Y así, la brevedad sigue colindando, como diría el maestro Valadés, con el antiguo golpe en seco.

La microficción es el único género que no se explica solo, necesita de un prefijo que lo adjetive: micro. Sabemos que el adjetivo, como decía el poeta Huidobro, cuando no da vida mata. En este caso, el consejo juega a la inversa: el adjetivo Micro da vida porque mata, aquí no hay larga vida, la muerte es súbita. Si la microficción es el único género que lleva un adjetivo, lo cual es símbolo de que hay una voluntad de precisión, este número 42 de la revista de literatura y pensamiento: Unidiversidad, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, presenta a escritores mexicanos contemporáneos que escriben microficción con muchos adjetivos: microficción fantasiosa, microficción aterradora, microficción perversa, microficción recargada, microficción genial, microficción asfixiante. Esta “liste à la Prévert” solo refleja algo: La microficción mexicana hoy tiene un poco de todo, hay para cada quien su cada cual.

MIGUEL MALDONADO