ALEJANDRA RODRÍGUEZ MONTELONGO

Alejandra Rodríguez Montelongo

Cautiverio

Sumido en líquida celda crea y descrea universos. Llama a la luz, la oscuridad, el silencio. A todo un nombre le pone y cuando ha olvidado el epíteto otorgado, uno nuevo inventa. Así, tras crear los objetos, crea también los idiomas. Les da vida y luego los deja perecer en el tiempo, ese líquido que es su morada. Ignora qué ingenio detrás de los límites a él lo ha nombrado; o qué delito es la causa de su cautiverio. Un día se abre la celda. Un túnel surge: camino o deceso al infinito. El líquido se extingue. Su ser siente ahogarse. Proximidad a la nada y luego, aquel grito. Su grito. Frío, dolor, ceguedad. Movimientos blancos y voces diluidas. Alguien o algo lo toma y alza al vacío. Dos palabras. Incomprensibles, condenantes: “Es niña”.

¿Es esto la muerte?

Aguavivas

Le dijeron que las brujas podían convertir sirenas en mujeres, bestias en caballeros, calabazas en carrozas. Lo suyo era más simple, quería que le arrancaran el corazón sin la necesidad de morir.

La bruja sopesó las opciones y tras mucho pensarlo recordó las aguavivas: eternas, sin corazón…

–¿Danzarías la eternidad en el mar?

–Sí.

Desde entonces una bolsa más de plástico flotaría en el mar.

QR

 Eran tantos los muertos que comenzaron a fichar a todo recién nacido con un código QR, así, cuando fuese su turno, no sería difícil identificarlos.

Nota encontrada sobre el costurero

 Los espectros de esta casa no me dejan dormir. He pasado seiscientas lunas escuchando su aleteo. Susurran pesadillas y recuerdos, repiten diálogos. Sé que soy yo quien los invoca. Aprendí a hacerlo bien. Pero no me enseñaron cómo parar. He cosido mi boca para no llamarlos, pero pueden oír mis pensamientos. Cuando deje de escribir callaré mi mente, he decidido ser uno más.

Números: El performance

 Resuena en el tezontle el eco de voces ya apagadas. Ciento cuarenta y nueve ventanas observan esos cuerpos que duermen colgados en la plaza, van contando, de uno en uno, pero al llegar a mil pierden la cuenta. Vuelven empezar.

Los ciento cuarenta y nueve ojos del palacio contemplan, sólo pueden hacer eso. En sus cuatrocientos noventa y tantos años de vida, el recinto ha visto todo tipo de manifestaciones, incluso aquellas criaturas han intentado quemar sus cimientos, sin embargo, nunca antes había despertado así. 

El palacio abre bien sus ventanas y observa el baile del viento entre los manifestantes, que sin tocar ya el suelo, parecen danzar su propio réquiem; sobre sus cabezas, en silencio, sin himnos ni repique de campanas, hondea el lábaro patrio. La mañana huele a angustia. Como si el aroma oculto en cifras y periódicos mal redactados se hiciese patente aquí: suicidio colectivo a modo de protesta.

Es majestuoso. Admite el palacio conmocionado y siente en su piel de chiluca el peso de lo finito. Quiere reír. Diluir en la risa el escozor que le causan esos dos mil ojos abiertos. No quiere imaginar la mirada de los cuarenta mil familiares desaparecidos. Sabe que tardarán en descolgar a los danzantes. Cierra sus cortinas para no ver el final del performance. Los humanos son raros. Dice para sí y se pregunta en cuál de las tres mil fosas clandestinas cabrá tanto cuerpo. O si será necesario abrir una nueva. Es una fortuna que las morgues con sus veintiséis mil habitantes sin rostro ni nombre estén lejos de él, lejos del Palacio Nacional y la Catedral.

Úrsula

Los dos hermanos habían salido de casa muy temprano. Amparados de oscuridad y ojos lumínicos atravesaron el mundo. No había migajas de pan para orientarse en el camino ni hogares de chimeneas encendidas donde refugiarse, sólo horizontes y difusos sueños. Intangibilidad, brújula de posibilidades. Les habían dicho que al otro lado de las montañas y ríos se encontraban sus padres rodeados de fortuna, manjares y otras promesas. Creyeron todo cuanto les dijeron, por ello, un día en busca de pasado y futuro, por bosques, desiertos y sierras se aventuraron. Pero al llegar a aquel confín de la tierra no había ríos de leche ni maná perpetuo. Sólo jaulas de nombres maternos, barrotes de estrellas, perreras andróginas, retórico ejército, cifras sin nombre, nombres sin rostros. Fueron apresados por manos solares e índigos ojos, llevados ante un rey que no conocía el hambre ni los éxodos ni la vida. Ordenó despojarlos de todo cuanto tenían, lo único que llevaban eran sus sueños y, como no pudieron despojarlos de éstos, en perros los convirtieron. Los dos hermanos habían salido de casa muy temprano y muy temprano conocieron al ser humano.

“Úrsula” y “Números: El performance” pertenecen a Canto de enredaderas, México, Crisálida Ediciones, 2021.

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Publicación:

ABRAHAM TRUXILLO

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