Crista Aun
Guijarro
Tras responder el teléfono, la mujer siente la cabeza como peñasco y los pies se le incrustan en el piso, soportando el peso de dos palabras: Mamá murió.
En un instante, así como el deslizamiento de tierra que cae resquebrajando el costado de una montaña, la cubren un sinfín de recuerdos que, de manera inmediata e irremediable, la convierten en estatua de sal.
Las escondidas
Los chicos corren por el bosque jugando a perseguirse, fingen que vuelan. Algunos acostados en el césped descubren figuras en las nubes, otros trepan árboles e imaginan que viven en las copas. Cantan e inventan historias de piratas y criaturas fantásticas. Las madres los miran, asegurándose que ninguno se aleje demasiado. Todo en el paraje invita a la dicha, a juegos de niños que los llevan a olvidarse del mundo verdadero, a disfrutar de un verano tranquilo, todo, menos el «clic» que los trae de vuelta a la realidad, el sonido metálico y paralizador de una mina enterrada.
En el país de las desmaravillas
Al igual que Alicia, también la mujer cayó en un pozo pero, a diferencia de la joven que vivió una historia atemporal y fantástica, ella se pasó treinta años pagando la condena del conejo que la traicionó.
Visita inesperada
Estaban de lo más contentos en casa, hasta que la muerte los sorprendió con una bala perdida.
Prestidigitador
Ante una mujer blanca e incrédula como conejo, el ilusionista desdice las palabras mágicas con que construyó un mundo mágico. Invocando los poderes más oscuros, el mago devela lo oculto: su boca suave es en realidad una daga, las manos dóciles son puños y el cuerpo afable, esconde un ser abominable.
El truco concluye cuando la luz de la mujer se apaga y él la desaparece.
Una mañana de abril
La chica cierra los ojos y disfruta el sutil calor de los rayos que entran por la ventana. El viento le despeina el flequillo, el olor primaveral la vigoriza. Diría que es el momento perfecto, de no ser por los barrotes que tiene la claraboya del burdel donde la tienen encerrada.
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