ARMANDO ALANÍS

Armando Alanís

El color del deseo

–De rojo me gustas más –dijo el hombre todavía con el puñal en la mano.

Una noche de tormenta

La dama blanca y el rey negro treparon al caballo y huyeron del tablero.

El alimento del artista

En la Casa de los Espejos, el viejo payaso aplaude hasta que le arden las manos. ¡Qué público tan entusiasta!

Invisibles

El hombre invisible y la mujer invisible se enamoraron. Fue un amor nunca visto.

Dulce hogar

Salí de prisión luego de cumplir una condena de veinte años. Encontré un mundo que casi no podía reconocer. Todo me era ajeno, hostil: mi propia familia, mis antiguas amistades, la gente con la que me topaba en la calle y en los establecimientos comerciales.

Pronto comprendí que el mundo libre había dejado de ser el mío: nada me impedía ir a donde me diera la gana, pero al mismo tiempo no me sentía a gusto en ninguna parte. Los otros me miraban con desconfianza. Nadie me quería dar trabajo. Mis conocidos me rechazaban. 

Volví a delinquir. Me atraparon y fui condenado. Cuando la puerta de la celda se cerró a mis espaldas, me sentí contento, en paz conmigo mismo.

Regresaba a casa.

La huida

El ladrón trataba de colarse por la ventana a un departamento del quinto piso, cuando sus manos se soltaron y cayó al vacío estrellándose de espaldas contra el mosaico sucio del patio.

Con el cráneo destrozado y le espina dorsal rota, el cuerpo se puso de pie en el rectángulo iluminado por la luna, echó a correr por el pasillo esquivando a uno de los inquilinos que llegaba en ese momento, y alcanzó la calle a toda velocidad.

Detrás quedó un charco de sangre que saciaría la sed de los gatos del vecindario.

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Publicación:

ABRAHAM TRUXILLO

ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ

ALEJANDRA RODRÍGUEZ MONTELONGO

ALEJANDRO ARTEAGA

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