Los libros de cuentos –lo he oído desde hace años– son el laboratorio donde los narradores realizan experimentos formales, exploran temas que los obsesionan, incursionan en géneros poco transitados en el resto de su obra y llevan a cabo audacias que no se permitirían, digamos, en una novela. Quienes repiten esta consigna, por supuesto, consideran el cuento una suerte de género menor, una estación de entrenamiento en el camino a conseguir objetivos mayores, un ensayo de aclimatación para llegar a “lo que en verdad importa”. Por desgracia, muchas de las colecciones de relatos que se publican confirman esta idea: al recorrerlos, el lector se topa con ideas interesantes que no llevan a ningún lado, ejercicios prosísticos de buena calidad pero que alcanzan una verdadera estructura acorde al género, exploraciones que se quedan en el planteamiento y, si tiene suerte, acaso con uno o dos cuentos bien logrados (tal vez de ahí venga esa otra idea conformista de que un solo cuento que valga la pena ya “salvó” todo el libro).
Por eso es un gusto cuando aparece un volumen como Cavernas, de Luis Jorge Boone, que si bien se compone de relatos donde el autor explora las “obsesiones” que lo han llevado a internarse en el terror, la fantasía y la ficción especulativa, no se trata de simples ocurrencias o incursiones gratuitas, sino de historias bien estructuradas, precisas, literarias, donde cada pieza acumula sus efectos en la mente del lector hasta convertirlos en uno al llegar al final de la última página del libro.
Cavernas se divide en tres partes: “Con un frío abrazo de tu espectro”, constituido por relatos fantásticos; “Últimas, verdaderas, irrefutables teorías acerca de la extinción de la raza humana”, con historias de base científica; y “Ni el péndulo, ni la arena, ni el átomo, ni el sol”, integrado por piezas que intentan descifrar el mecanismo de las leyendas. Desde el cuento inicial, “El jardín interior”, donde un músico mediocre ocupa un departamento ubicado en una casona casi abandonada con el fin de ensayar sus ejecuciones de violonchelo, e improvisa ciertas “genialidades” sólo para darse cuenta de que una mujer espectral lo escucha desde un jardín; hasta “La costumbre de andar entre sombras”, que cierra la primera sección, el autor sitúa a sus personajes en situaciones extremas, ambiguas, en las que todo lo que ocurre podría originarse en el engaño de sus sentidos.
Una mujer oscura que da órdenes imposibles de eludir, una procesión religiosa acompañada por seres infernales, conductores demoniacos que dan aventón a estudiantes incautos o un hombre que habita las sombras y desaparece al llegar la luz, todo podría ser simples alucinaciones; sin embargo, Luis Jorge Boone construye con precisión tanto el tono de misterio como las atmósferas densas con el fin de mantener al lector en un estado de inquietud permanente, esperando esa revelación final que, lo sabe, se oculta en las últimas líneas de cada relato.
La sección intermedia del volumen contiene tres historias de lo que acostumbramos llamar ciencia ficción. Como era de esperarse, aquí el tono se modifica para volverse más directo y las atmósferas se adelgazan un tanto para mostrar con nitidez los hechos. Esta parte inicia con “El lugar del hombre”, donde una epidemia casi ha diezmado a la humanidad y un científico conserva, por afán de estudiar la amenaza, a dos seres humanos infectados, en contra de la opinión de políticos e instituciones; sigue con “Diosas”, relato de tintes policiacos donde un investigador estudia el caso de un cirujano plástico que consigue la perfección humana experimentando sin piedad con los cuerpos de sus pacientes, y cierra con “Momentos no humanos de la Tercera Guerra Mundial”; donde un filósofo sobreviviente contempla, desde una estación espacial, la destrucción de la Tierra a manos de las criaturas mitológicas del Necronomicón.
En los tres relatos que conforman la tercera sección de Cavernas, el autor parece llevar a cabo un intento de síntesis de las dos vertientes narrativas anteriores, pues en ella se dan la mano los seres fantasmales provenientes de la leyenda –en “El hombre que recorre el acueducto”– con algo semejante a las ucronías personales, o a las desviaciones en la línea del tiempo: un hombre que de pronto deja su presente para aparecer en el futuro –en “Soñé que ayer era la bruma”– y otro hombre que se topa con seres del pasado –“Espera de un día”.
Cavernas presenta un parentesco evidente, en cuanto a estilo y procedimientos, con ciertos maestros de los géneros que aborda, desde M. R. James hasta Jorge Luis Borges, pero se libra muy bien de caer en la imitación o en el pastiche. Al contrario, Luis Jorge Boone parte de una tradición sólida, pero lleva los temas y las situaciones extraídos de ella hacia direcciones que tienen que ver con sus intereses personales, consiguiendo que el volumen completo se constituya en unidad cerrada: una investigación acerca de la discontinuidad del tiempo, de la permanencia de diversos pasados en la época actual y de los túneles –cavernas– que rasgan la realidad actual para establecer rutas hacia universos alternos.
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