
El libro de los muertos
El libro que hay en toda funeraria
es un objeto extraño.
No entiendo cómo llegó ahí
ni para qué.
Nunca he firmado uno
ni puesto mensajes
como los que se dibujan con marcador
en el yeso de una fractura
o en los álbumes de boda.
Me parece inútil.
No puedo imaginar entre las páginas
una palabra, un nombre, un trazo
que signifique.
A decir verdad
nunca he visto el libro de un velorio.
Lo imagino
por el atril en el pasillo.
Lo imagino desde una banca
donde no se alcanza a ver la caja con el muerto,
en el patio a donde salen los que se cansan
de poner cara de tristes y buscan
fumar o tomar aire: colgarse
de una u otra orilla
del respiro.
Me pregunto cómo es que no han puesto el libro
sobre el atril
si llevo media hora viendo llorar a la madre del difunto,
si nadie dice nada desde hace rato,
y tal vez los presentes quieren firmar
para decirle al muerto algunas cosas
y enterrarlo con el libro.
Porque imagino que bajo tierra
no queda mucho por hacer
además de leer qué pensaban de ti
quienes te vieron antes
y luego así de callado,
de indiferente,
de sin color,
tan vaciado del espíritu,
tan hecho una desgracia.
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