Es preciso flexibilizar los conceptos “salud” y “enfermedad”: aunque muchas veces la enfermedad implica limitaciones, tampoco es inusual que revele capacidades que de otro modo quedarían latentes. Una muestra: en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, el neurólogo Oliver Sacks expone el caso de Natasha K, una mujer de noventa años que en su juventud había contraído sífilis. Setenta años después, la enfermedad se hacía presente en el plano neurológico con una consecuencia inesperada: al estimular su córtex cerebral, la espiroqueta le hacía sentirse joven otra vez y hasta “retozona”. Natasha acudía al médico no para “curarse”, sino únicamente para frenar el avance de la espiroqueta y mantenerse así en el feliz equilibrio en que estaba.
He encontrado este pasaje citado en Cámaras secretas (Siruela, 2022), volumen de ensayos de Luis Jorge Boone. Distribuido en cinco apartados que abordan las relaciones entre enfermedad y literatura, el libro destaca por la familiaridad con que el autor se mueve en al menos tres géneros literarios —narrativa, poesía y ensayo— para profundizar respecto a temas como la búsqueda de la inmortalidad en medicina y en literatura, así como el papel del duelo como acicate o freno para los artistas. De esta manera, a lo largo de 212 páginas, dialoga con clásicos universales como el célebre Soneto 126 de Lope de Vega (una de las más sensibles definiciones que del amor se hallan intentado en literatura) y el también muy conocido “Reír llorando” de Juan de Dios Peza (que consigna la trágica historia de Garrick, comediante británico aquejado por la abulia y el spleen).
Con erudición pero sin poses, evocando a la psicoanalista Élisabeth Roudinesco, Boone expone la manera en que, a lo largo del tiempo, hemos evolucionado: determinadas prácticas sexuales antaño tachadas de inmorales hoy han alcanzado un estatus de normalidad fuera de toda sospecha.“Los locos de antes no lo son más”, sentencia el monclovense tras mostrarnos cómo las perversiones de ayer se han convertido en parafilias. Con el mismo interés nos lleva a explorar, basándose en novelas de Don DeLillo y Norman Spinrad, cuáles podrían ser, en futuros no muy lejanos, los dilemas éticos relacionados con el cuerpo y sus cuidados.
Pero hay mucho más en este libro. El autor de Las afueras echa mano de sus capacidades narrativas para trazar vívidos perfiles de Sylvia Plath, María Luisa Puga, Julian Barnes, Carson McCullers y Roberto Bolaño, entre otros escritores asediados de una u otra manera por el dolor propio o ajeno. Así, por ejemplo, separa el grano de la paja en la información que circula respecto del mítico poeta sonorense Abigael Bohórquez y su libro más célebre, Poesida, así como del Premio Internacional de Poesía que jamás le fue entregado.
Si bien con igual fluidez Boone rastrea el dolor y la enfermedad en obras como La isla de las breves ausencias de Francisco Hernández, Canción de tumba de Julián Herbert, La enfermedad de Alberto Barrera Tyzka, El matrimonio de los peces rojos de Guadalupe Nettel y El desbarrancadero de Fernando Vallejo, reserva el último apartado para un ensayo de índole más intimista: una historia personal del dolor. El apartado es una entrañable crónica de la manera en que el autor sufrió una hernia de disco, lesión que se convertiría en “el jinete dorado” de su Apocalipsis personal. Entreverada con lecturas, conversaciones y mucha escritura, se advierte una experiencia que ha marcado la manera de estar en el mundo de este autor.
“¿Cuántas historias lectoras se dicen iniciadas gracias a una extremidad fracturada, una infección terca, un contagio escolar?”, se pregunta Boone. A esa mínima la lista puede añadirse la más reciente pandemia: está por verse cuántos lectores han creado y cuántas obras memorables nos heredarán el Covid-19 y el aislamiento que conlleva. Por lo pronto es evidente que en Cámaras secretas tenemos, ya, una de ellas. Un libro entrañable e imperdible.
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