
Barbarie (fragmentos)
A Hernán Bravo Varela
Sombra querida:
lee por encima de mi hombro.
Mis palabras forman para ti
una larga oración interminable
—del vientre a la tumba
una sola trama condenada—,
una línea que va
de la prosa en mi cuaderno
a los gritos que profiero en pesadillas.
Sombra querida:
mi vida es la novela lees, narrativa
de un alma que naufraga,
donde un niño se pierde en la noche del mundo,
donde sus pasos se diluyen
bajo un cielo de pez y de ceniza.
* * *
(conferencia frente al mar)
el pianista posa sus manos sobre las teclas y las olas del mar se detienen a escuchar el
vals que recorre en su palma la línea del destino
la virtud con que sus huellas se dibujan sobre las notas es una lluvia que pulsa las hojas
del manzano una tarde sin horas:
tiene su pasmo su ternura
a veces el mar contesta una sonata o se serena o golpea brutalmente las embarcaciones
que duermen en el muelle
las olas aguardan la última pieza
luego reclaman al pianista entre sus olas lo llaman y no muestran más al hombre el
conjuro de su música su silencio
fuego y sombra —música y silencio— que a veces confundidos producen misterios más
hondos que la sombra de un pianista hundiéndose en el agua
* * *
cae la lluvia cae con todos sus nombres
en la catedral tras la cascada se forja la tempestad y cada estatua del altar es un
mástil que ancla su barco a la nube de tormenta
el mundo es bautizado por las notas que arranca
de un piano el viento de las playas sólo
pulsa teclas que no indica la partitura: es la danza de la lluvia entrando al mar
el aguacero resume al mundo en este cuarto al borrar todo lo que hay tras la ventana el
claustro es un sinónimo del alma
no queda a dónde huir sólo esta celda varada en arrecife esta lluvia mar de espaldas
sobre el océano que migra para no cansarse nunca del reposo
hombres mitad caballo mitad hombre nacen del amor entre el agua y la piedra
una fiesta de olas lo celebra: golpea sus espaldas contra el risco
* * *
sentados a la mesa nuestros pobres
cada uno mordía su limosna
—negra ofrenda robada de los atrios
monosílaba fruta en el mantel—
el silencio cenó junto a nosotros
la soledad cortada con cubiertos
brindis con agua rezo de los viernes
en la mesa luz de oro del verano
y la oración que nunca es escuchada:
de nosotros aparta este tu cáliz
ya es morir suficiente comer solo
para encima comer entre las sombras
con los cintos muy justos a la carne
con ese ángel que mata tras la puerta
* * *
(farmacopea)
a menos que busques sanar una herida mayor
no cojas el fuego con las manos
es preferible no enfrentar los ojos al sol
sólo si confías en que las constelaciones de tu sangre se dibujarán en el envés de tus
párpados cada noche
si se busca olvidar la sed están la sal la arena las hojas del orégano y el aliento del
vinagre el agua sólo aviva la ansiedad del náufrago
no así el mar
que ha resistido por siglos la tentación de beber su propia agua
que en la almena no venza el sueño a tu vigilia sólo una vez te será dado ver la
ciudad invadida por huestes que la hunden:
ver arder la ciudad hasta la ruina
no dirijas tu galope mar adentro cabalgando la espuma azotando la grupa del espanto
a no ser que en la huida ahogues de una vez todas tus muertes
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