Queta Navagómez
Hombre polifacético, para dejar clara la imagen del maestro Edmundo Valadés, se necesita más de un retrato. En el primero, viene a la memoria el brillo de travesura que había en sus ojos, la ancha frente que se perdía en un cráneo liso, con mechones entrecanos enmarcándole el rostro; nariz firme, bigote coronando una boca afable. Su figura delgada y vivaz inspiraba confianza y respeto.
Hago ahora el retrato del formador de escritores. Tuve el privilegio de tomar con él un taller de cuento. Ya lo conocía a través de la revista El Cuento. Revista de Imaginación, pues había publicado algunas de mis minificciones en ella. Clase a clase, mi noción del género crecía. Cierta ocasión, un compañero llevó un texto plagado de adjetivos. Jovial, el maestro Valadés pidió que la siguiente clase lleváramos el mejor de nuestros cuentos, un lápiz color verde y otro rojo.
Nos presentamos con lo solicitado e hizo que subrayáramos con color verde todos los verbos y con rojo todos los adjetivos. Cuando terminamos, habló: Imaginen un semáforo, en verde avanzamos y en rojo nos detenemos. En los textos en que predomine el rojo deben trabajar más, traten de no adjetivar tanto. En los que predomine el verde hay un avance. El cuento es acción y ésta se logra por medio de los verbos. Acción y más acción es lo que necesita un buen texto. No expliquen, no califiquen, sólo busquen la acción. Aquélla fue una de las lecciones más importantes en mi vida como escritora.
Veamos ahora su retrato de lector-escritor. En “Éntrale a leer”, entrevista que le hicieron Belén Carranza y Jennie Ostrosky, él mencionó su pasión literaria: “A mí se me despertó la vocación desde niño. Aproximadamente desde los doce años sentí esa afición, ese gusto, esa vocación por escribir y también por leer.
Leí muchos cuentos, fui un devorador de cuentos, quizá por eso me apegué tanto a ese género […] Es un género que a mí me gusta mucho, que me parece de los más bellos. Y es que contiene, para cualquier país, una tradición muy honda; es un medio para recoger su circunstancia, su modo de sentir, su modo de pensar, sus personajes, su geografía, su modo de hablar, su idiosincrasia.” (Red Escolar, 2014).
Sigue el retrato de Edmundo Valadés editor. En el número 131 de la revista El Cuento. Revista de Imaginación (octubre-diciembre, 1995), en que se le rinde un homenaje póstumo, Juan Antonio Ascencio menciona en “Algo de historia de la revista El Cuento”, que don Regino Hernández Llergo, fundador de la revista Hoy, especializada en periodismo político, tenía una plantilla de jóvenes y prometedores periodistas; entre ellos estaban Edmundo Valadés y Horacio Quiñones, quienes cubrían la fuente de espectáculos.
Don Regino los veía intercambiar revistas, libros y opiniones, supo que soñaban con hacer una revista literaria en que publicarían a cuentistas mexicanos y extranjeros. Orientándolos, les dio dinero para realizarla.
El primer número de El Cuento. Los Grandes Cuentistas Contemporáneos, se publicó en México, en junio de 1939, ofreciendo cuentos de la sueca Selma Lagerlöff (primera mujer ganadora del Premio Nobel), el húngaro Sandor Hunyady, el italiano Pietro di Donato, el alemán Heinz Liepmann, el árabe Ahmed Nury, el escocés Jim Phelan, el mexicano Gregorio López y Fuentes y los norteamericanos Manuel Komroff, Howard Wandrei, H. G. Hecky, Waldo Frank y E. C. Bentley. Por cuestiones económicas y escasez de papel, la revista sólo resistió cinco números.
Sin embargo, Edmundo Valadés seguía leyendo cuentos, escribiéndolos, disfrutándolos. La idea de retomar la revista persistía. En mayo de 1964 volvió a publicarla, ahora con el apoyo del librero Andrés Zaplana. Escribió en el texto liminar, “Viaje por la imaginación”: “La revista que tiene usted en sus manos, lector, es prolongación de la que, con el mismo nombre, se publicó por primera vez hace más de veinte años, con un éxito que sólo pudo truncar la escasez de papel que produjo la Segunda Guerra Mundial.
Los mismos propósitos que animaron a los primeros editores, de El Cuento —Horacio Quiñones y Edmundo Valadés—, son los que nos impulsan ahora para reanudar la publicación de una revista única en su tipo […] y ofrecer mensualmente una selección de cuentos cortos cuya lectura signifique, además de un viaje fascinante por el mundo de la imaginación creadora, una posibilidad amena de familiarizar a grandes núcleos de lectores con la mejor literatura…” (número 1, mayo, 1964).
En esta nueva etapa, se incluyeron en la revista cuentos brevísimos, que el maestro Valadés extraía de cuentos más extensos. Debido al interés que despertaron en los lectores, en abril de 1969, El Cuento. Revista de Imaginación, lanzó una convocatoria de minificciones, ofreciendo mil pesos al ganador y se enfrentó a una avalancha de participaciones, sobre todo de países latinoamericanos. Quedó como ganadora la mexicana Mariana Frenk con el cuento “Cosas de la vida”. Fue tanto el éxito, que el concurso de cuento brevísimo se volvió permanente.
El retrato de Valadés tallerista se dio porque los concursantes deseaban saber sus aciertos y errores al escribir minificciones. Valadés incorporó la sección “Correo del Concurso”, en que marcaba al autor las fallas y virtudes de sus historias. De esta forma creó un taller literario dentro de la revista.
El último retrato del maestro Valadés, tiene que ver con su impulso a la minificción. Por medio de la revista, la colocó en primer plano, dándola a conocer a fondo en Latinoamérica, le dio profusión y difusión, supo captar el interés de grandes escritores que la enriquecieron, le estableció categoría de género y la reglamentó, convirtiéndola en la expresión literaria del siglo xx. En “Ronda por el cuento brevísimo”, el maestro establece sus reglas:
“La minificción no puede ser poema en prosa, viñeta, estampa, anécdota, ocurrencia o chiste. Tiene que ser ni más ni menos eso: minificción. Y en ella lo que vale o funciona es el incidente a contar […] Aquí la acción es la que debe imperar sobre lo demás. Para aludir a lo que es o debe ser este género, parto de la base tentativa, arriesgándome a pisar terreno muy resbaladizo, de considerar minificción al texto narrativo que no exceda de tres cuartos de cuartilla.
Más no, porque rebasando tal limitación, que implica resolver los problemas de apretujar una historia en unas quince o diecisiete líneas mecanografiadas a doble espacio, sería posiblemente cuento. Si me remito a las que más han cautivado, sorprendido o deslumbrado, encuentro en ellas una persistencia: que contienen una historia vertiginosa que desemboca en un golpe sorpresivo de ingenio.
Otra ocurrencia es la alteración de la realidad, en mucho por el sistema surrealista, al ser transformada por el absurdo, de modo inconcebible o desquiciante, creando una como cuarta dimensión, en la que se violentan todas las reglas de lo posible.”
Con todos estos retratos, pretendo dejar más clara la figura del maestro Edmundo Valadés dentro de la literatura mexicana y latinoamericana.