Marcia Ramos
Leviatán
Su cuerpo se había deslizado entre las sábanas, mientras con su lengua probaba mis labios para deshacer mi guardia. Con ella sí, pensé y recargué mi cabeza en su pecho. Escuché las olas y el olor a peces me provocó un sentimiento nauseabundo. Estaba mal por aquellas mujeres a las que borré de Facebook después de consumir nuestra cita en la cama, pero ella hizo que la brisa me cegara. Celoso, le rogué se quedara y se negó. Al llegar al mar, la veo convertirse en un enorme dragón mitad serpiente. Hipnotizado la sigo, el recuerdo de aquellos mensajes y los besos de todas las mujeres resurgen. Ella me devora despacio.
El beso del jaguar
Abre sus fauces, mientras me contempla desde arriba. Palpo su lengua con mi boca y mis manos tocan su rostro. Dejo que me dé ese primer beso antes de devorar mi carne. Con su piel de jaguar traga mi cuerpo y yo lo contemplo desde su propio ojo, esa ventana que existe entre la vida y la muerte. Después, cuando ya despierto, lanzo un rugido porque es doloroso estar en una casa que ya no es una selva.
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En aquellos tiempos, los robots recorrían las calles sobre caballos robustos mientras tocaban sus cornetas y quemaban a todo científico que buscaba dar la cura a la ignorancia. Los seres humanos idiotizados miraban el reloj esperando el apocalipsis mientras los alacranes consumían sus carnes y los mares arrasaban con los árboles. Las sirenas solo miraban complacidas el exterminio de los hombres.
El monstruo
Ya sin aliento, sube a la calafia, los miles de ojos ya la han visto cubrirse de asfalto, tierra y piedras. Sabe que la tristeza se le nota mas allá del rostro y la minifalda de la Zona Norte. El padrote la invitó primero a beber una cerveza y la abrazó en el Estrella como si estuviera enamorado. Las llamas de sus labios húmedos la llevaron a decir te quiero despacito justo entre las sabanas también ya mordidas. Es aterrador, parece que los miembros la han descubierto sola y en cualquier momento esos mismos brazos que la recibieron con una piel diferente, hoy la empujarán a la Presa por un poquito de cocaína. Un letrero se ve a las afueras anunciando el nombre del primer monstruo que la arropa: Tijuana.
Esclavo
El deseo de invocar a los dioses, lo mantenía con las piernas pegadas al cuerpo recostado adentro de una cueva. El dolor pesaba por encima de todos aquellos cuerpos que había sacrificado por honor a la muerte, pero el Mictlán ascendió a la tierra. El único consuelo que tenía era aquel recipiente con pulque, una bebida dulce que hacía más amarga la espera. Su dueño lo amarraría a un caballo por escaparse, ya no podría usar piedras preciosas porque su condición de esclavo le quitó el honor. Al día siguiente, estiró sus piernas y descubrió su nueva condición de lobo, huyó lo más rápido posible hacia los brazos de su mujer, quien todavía existía en otro tiempo. Su cuerpo de hombre quedó inmóvil. Había confundido la bebida con el veneno más mortal: la conquista.
Bestia
Ella es una quimera, un cíclope, un sueño. Al amanecer regresa a los brazos de su sirena y la arrulla con todo el dinero que trae, piensa en sus piernas como almíbar en su boca agría.
Un día escapó de la jaula, pero decidió castigar a los hombres porque la rompían a cada rato. La divinidad la alcanza, la sumerge en cerveza y le dice: puedes ser Diana, la cazadora. Sus flechas son tibias y los lleva al limbo. Ayer encontraron a otro con la bragueta abierta, dijeron en las noticias que también era un buen tipo. Dicen que lo atacó un monstruo, pero su nombre es Aileen Wournos.
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