
[Sumi-e]
Se vive en el Nuevo Mundo que empieza a existir.
O en el Viejo Mundo que ha dejado de existir.
El lugar que ocupo en el cuadro de la tarde
es una decisión tomada al vuelo.
Podría estar aquí, jurarlo de veras,
y en cambio estar allá.
Me siento en los escalones, en la mecedora
que es balanza
de milimétrica y perpetua oscilación,
aquí
a las afueras de lo cierto,
para darle forma a lo que no la tiene,
para ponerle un freno al azar,
ese caballo tirando al mismo tiempo de todas las cosas
en todas direcciones.
Abrir el libro del paisaje y decir: este es el lugar, este es el párrafo, la frase, la palabra,
este es el sonido de la tierra que escucho: un desgastarse en el calor de la tarde;
este es el electrón que elijo seguir con la mirada, aunque la mitad de los datos se
pierdan.
Observar es perder, es desentenderse. Es un ancla.
Es darle forma fugitiva a un instante hecho de arcilla.
Es decir ahora, basándonos en un reloj que se retrasa.
Esta pared es La Realidad
y empieza a moverse. Arena y oleaje
donde nada había. Como cuando contemplo, enamorado,
la quieta piel de la materia,
mientras desde abajo el caos la desborda,
mientras desde atrás una fuerte lluvia la golpea.
[Crossover: Cuaderno blanco – Paisajes de montaña y agua]
A un costado de la brecha el letrero prohíbe cruzar en auto
o a pie.
Más allá, el suelo se vuelve quebradizo, inestable.
Puede hundirse bajo un peso, por mínimo que sea.
Una suerte de pantano a mitad de ser desecado se abre en el desierto.
No arenas movedizas, sino tierras desplomables.
Cicatrices de un paisaje que carga con su pasado.
Sin ocultamientos, sin olvido.
Como un borrador que integra en su discurso
tachaduras, sobreescritos, correcciones.
Tal cual, queda ahí: La escritura no cura nunca nada,
como dijo Auster,
para afirmar que lo que hay detrás de estas líneas no es
una falta de salud, sino una falta
de saber.
Esto es: saber, en sí, no rehabilita.
Reconocer las marcas, los desgarros, los zurcidos que han vuelto a romperse, las
eventualidades que atentan contra la estructura,
no aseguran la recuperación.
Cerca de las pozas, hay claros en la hierba donde se acumulan costras salinas.
Los minerales supuran, sedimentan, forman
un débil caparazón.
Si arrojas una piedra pequeña, quizá se hunda después de años,
o, como una palabra arrojada al viento, quizá permanezca,
como un eco en el vacío.
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