Hannah Arendt es la fuente de inspiración que condujo a Peter Sloterdijk, ya en el siglo XXI, a escribir la Crítica de la razón cínica. Una exposición de las condiciones civilizatorias de Occidente que posibilitan la comprensión del escándalo moral y el escándalo espiritual que experimentamos bajo el dominio global del cinismo. Está claro que hablar de cinismo significa el triunfo de una lógica de disolución de la moral, del pragmatismo sin ideales, que devela la lógica del funcionamiento de una estructura cínica universal: la falsa conciencia ilustrada.
Recuerda Sloterdijk que fue en una antigua entrevista de la filósofa judía con Günther Gaus, transmitida en el quinto aniversario de su muerte, en la que vislumbró la más clara expresión de la razón cínica y de su contraparte, la razón crítica (quínica). Estaba bajo el influjo filosófico, como el poeta Paz, de la expresión risueña y crítica de Arendt.
Cuenta que en el momento culminante, la politóloga judía narró de qué manera, después de la lectura de miles de páginas de las actas del juicio interrogatorio a Adolf Eichmann, el asesino nazi de miles de judíos, con frecuencia había soltado “…una carcajada referida a la estupidez cómica con la que ejercía su poder sobre la vida y la muerte de infinidad de hombres.”
La risa de la filósofa era la mejor forma que la crítica, el gesto irreverente, podía inventar frente a la imbecilidad grotesca de la razón cínica –representada por el asesino Adolf Eichmann. La carcajada de Arendt se revelaba como la expresión soberana de la verdad. La irreverencia bien entendida, como se sabe, busca el ser de la verdad, no está guiada por el interés monetario ni por otra aspiración que expresar risueñamente, y desde abajo, otra verdad que la oficialmente sostenida.
Y, por si fuera poco, además, “de propina”, Arendt responde que el exilio le sienta muy bien en Nueva York, porque tiene algo de improvisación que combina muy bien con su temple juvenil. Sloterdijk desnuda la dolorosa ironía y estalla en carcajadas. Y “precisamente con esta risa “se” empezó a escribir este libro”, se refiere al fascinante e irónico pensar dedicado a exponer las condiciones de posibilidad para la expansión del cinismo global, un libro que me atrevería a calificar como el mejor diagnóstico civilizatorio de las formas culturales predominantes en el mundo occidental del siglo XXI.
Es la profunda crisis antropológica que nos domestica y desvitaliza con las promesas de la libertad y el éxito. El mal de nuestra civilización, el cinismo moderno, se inaugura con el gran escándalo de la nada, con la muerte de Dios. El nihilismo, antecedente del cinismo global de nuestro tiempo, es el fundamento para que una conciencia, con la nada como única guía, sin un para qué, sin horizontes futuros, elija “la crueldad y la destrucción por mor de ella misma.”
Curiosamente, pienso, es la misma fuente de inspiración del poeta mexicano Octavio Paz cuando escribió El Ogro filantrópico. El autor de El arco y la lira sostiene que para la tradición occidental el mal se define como falta, como carencia de ser. Y agrega que el Estado del siglo XX convierte el mal en universal, la nada y el abismo aparecen con la máscara del ser. Y, advierte el poeta bajo el influjo de Hannah Arendt, que los genocidas Hitler y Stalin son la expresión, el rostro universal de la mediocridad de los malvados: la banalidad del mal.
La crítica de Paz al Estado mexicano desplaza al monstruoso y cruel Leviatán de Hobbes por un ambiguo y contradictorio ogro que vive de despedazar seres humanos, y, al mismo tiempo, supone la imposible idea de que pueda frenar su naturaleza antropófaga para establecer relaciones amables con ellos. Una metáfora enterrada por el Estado vacío del neoliberalismo, una narrativa que desplazó la filia por la fobia: el ogro antropófago.
Entre los cinismos que Sloterdijk expone en su obra, destaca, entre los secundarios, “…el de los periodistas y chicos de la prensa”, en cuyas esferas, destinadas a construir imágenes y difundir información, parece reproducirse, con necesidad casi natural, la corrompida escenificación catastrofista propia del pragmatismo comunicativo. Hablamos de periodistas que compiten olímpicamente por satisfacer el hambre de mal que las audiencias demandan, porque el valor de uso y el valor de cambio de una nota está determinado, como puede verse casi a diario en la televisión y los medios electrónicos de comunicación masiva, por la cantidad de excitación morbosa que producen las imágenes y representaciones que, espectacularmente, construyen los medios sobre los circuitos cerebrales de los teleauditorios.
El apremio de maldad de parte de los teleauditorios permite comprender mejor, por ejemplo, los montajes pagados por camarógrafos europeos a ejércitos africanos que asesinan a sus prisioneros de guerra, para saciar la sed de mal entre los cultos y refinados ciudadanos del primer mundo y, quizá, ganar miles de euros y un premio internacional de periodismo.
Lo mismo que experimentamos en México con las televisoras comerciales. Lo más reciente es el montaje sobre la captura, en vivo, de un presunto secuestrador que lleva 15 años en la cárcel como resultado indirecto del afán de raiting nacional. Un suceso más lamentable aún fue el asombroso silencio de casi toda la prensa nacional frente a los trágicos y vergonzosos acontecimientos de Ayotzinapa, hablo del asesinato y desaparición de los estudiantes de la normal rural Isidro Burgos y, luego, de la difusión mundial de la falsa “verdad histórica” del gobierno de Enrique Peña Nieto.
En opinión de Sloterdijk asistimos a una doble deshinibición de los modernos medios de comunicación masiva. La primera es una sistemática incontinencia en la representación de las cosas y sucesos destacados. Algunos periodistas, por fortuna los menos, son capaces de construir escénicamente cualquier expresión del sufrimiento humano sin otro criterio que el del cálculo de la audiencia. La segunda deshinibición es una creciente ola de “desenfreno de las corrientes de información respecto a las conciencias que las aceptan.” De esa manera el apetito de perversidad, la voracidad de sensacionalismo, la presentación artificiosamente malvada, se convierte en “…la vitamina moral de nuestra sociedad”–escribe Sloterdijk.
Queda al desnudo que la prostitución, tanto en el sentido amplio como en el estricto, es el núcleo fundamental de los cinismos mercantiles en los cuales el dinero transforma en cosas los llamados bienes de rango superior. La prensa moderna ha tecnificado planetariamente las malas artes de la administración de la gloria de los poderosos del cosmos y ha sofisticado la crueldad con la que descalifica moralmente a los críticos del sistema, a los enemigos del cinismo global. Porque en ninguna parte la potencia cínica del dinero aparece de una manera tan salvajemente prostituida como allí donde invade las esferas tradicionalmente protegidas, consideradas sagradas, como la dignidad, la integridad moral y la propia autoestima.
En realidad la prostitución, escribe Sloterdijk, es el fundamento de todos los cinismos que se pueden intercambiar por dinero, es la evidencia de que degrada hasta la infamia los valores de orden superior. George Simmel fue el primero en abordar el tema en La filosofía del dinero. El carácter cínico del equivalente general despliega, históricamente, la capacidad de convertir en mercancías bienes que, por su naturaleza, no lo son. Convierte en equivalentes y calculables bienes inconmensurables. Es un proceso gradual que se profundiza hasta el extremo de llevar al mercado bienes como el honor, la integridad moral, la belleza, las convicciones, el talento y la salud del alma.
Son los bienes vitales superiores, invaluables en sí mismos, que una vez cosificados se cotizan a precios de mercado, porque, como se sabe, “La función cínica del dinero se manifiesta en su capacidad de implicar los valores superiores en negocios sucios”. El proceso alquímico inverso de convertir el oro en lodo.
La perversidad, pues, es parte de la normalidad de la filosofía del dinero.
El poder de seducción del dinero ejecuta su poder de manera invisible, prende fuego a los deseos, promueve e inventa nuevas necesidades e insufla otras aspiraciones, ni altas ni nobles ni lúcidas, pero jugosamente remuneradas. El equivalente general transforma, es evidente en todos los niveles de la prensa, el cauce de los planes de vida de quienes han decidido vivir formas venales de existencia –Sloterdijk nos deja un cuadro de tintas muy oscuras.
En el olvido, como obstáculos para el éxito, quedan los criterios de verdad que un periodista universitario jura honrar a la hora de su examen de grado, porque de lo que se trata, sobre todo, es de vender muy caras las notas maquilladas de mal. Entre más dosis de mal contenga la nota publicada más difusión mediática, más dinero. ¿A quién le importa el solemne juramento universitario de hacer periodismo ético, de publicar notas filtradas por criterios básicos de verdad…?
En las páginas hediondas de la prensa delincuencial del estado, por fortuna una fauna en extinción, opera puntualmente una lógica de disolución moral. No vayamos muy lejos, el jueves 12 de agosto una página de facebook exhibió la presunta relación de complicidad de Edmundo Velázquez, director del periódico Página negra, con una facción del crimen organizado –que podría estar integrado por antiguos y nuevos marinistas. Y, por si fuera poco, el gobernador de Puebla, Luis Miguel Barbosa, con base en su equipo de inteligencia policial, denunció hace unos días a otros periodistas y medios locales, por fortuna los menos importantes, por tener tratos con grupos del crimen organizado.
Pensemos en el tipo de delincuencia periodística local. Qué ocurre cuando un periodista venal publica para satisfacer a un poderoso cliente político, que podría ser Mario Marín y sus paniaguados, una acusación contra la integridad moral de un ciudadano cualquiera. El ciudadano, que puede coincidir con ser un crítico incómodo, queda literalmente en estado de abandono social a causa de la nota dolosa y lodosa, está expuesto a vivir en un estado de excepción, pues es convertido en un homo sacer, en un hombre maldito. De esa manera queda preparado el terreno, por la seducción del dinero y el cinismo de la prensa más corrupta, para que cualquiera de sus enemigos lo asesine, prácticamente sin responsabilidad jurídica para el criminal.
Qué importa si la nota es una infamia, qué importa lo que se diga o se haga, el periodista corrupto es conciente de que lo que menos importa publicar es la verdad, sabe que aunque el ciudadano gane un largo y costoso juicio civil y se vea obligado a publicar una nota aclaratoria, el propósito por el que le pagaron ya alcanzó su objetivo, ya causó un daño moral, ya puso en situación de abandono al ciudadano crítico.
En realidad este tipo de notas admiten ser leídas como esquelas adelantadas, son abiertas amenazas de muerte y quienes las perpetran, conciente o inconcientemente, forman parte de la delincuencia organizada. La potencia de la estructura cínica de la prensa, sobre todo la más envilecida, puede ser mortal y está amparada, muchas veces, por la morosidad jurídica.
En referencia a esta ralea de la prensa local podría concluirse, con Hannah Arendt, que son la expresión del cinismo vulgar de nuestro tiempo y, más relevante aún, son una muestra de la peligrosa “…estupidez cómica” con la que algunos “periodistas” ejercen “…su poder sobre la vida y la muerte de infinidad de hombres.”
Como hiciera Arendt frente a la baba negra, la banalidad del mal, del asesino nazi Adolf Eichmann, con la misma verdad moral, dedico a los forajidos de la prensa negra local y a mis enanos, cobardes y corruptos enemigos marinistas (Darío Carmona, Andrés Bravo y Rojas, Pedro Valdéz, Eliú Fernández, Mario García, Jorge Arrazola y Francisco Sánchez), la más diogénica y gozosa carcajada, junto a un retrato quevediano que desnuda su envilecida conciencia cínica:
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.