Por el polvo estelar enamorado que ahora son:
Sandra y Miguel
Pienso en la posibilidad de que te manifiestas, de que sigues con nosotros y que aún, desde el más allá, nos transmites tus enseñanzas. Lo creo; y sí lo creo, existe.
Sí alguna vez compartiste el salón de clases con el maestro Miguel Ángel Rodríguez te habrás dado cuenta que era un personaje con mucho estilo: cabello ondulado negro, una barba casi blanca, alto, risueño, generoso, inteligente, crítico y sabio.
Un maestro que a través de la risa abría nuevos horizontes de aprendizaje. Y, no, no era falta de seriedad. Más bien él encontró una manera más armoniosa de interiorizar conscientemente la educación en sus estudiantes.
Imagino una nave espacial. Como el capitán, el maestro MAR, que reparte personalmente a sus pasajeros (los estudiantes) los boletos de abordaje. ¡Todos a bordo! Una vez dentro de la nave, los pasajeros con sorpresa se dan cuenta que no es un simple viaje, sino una mágica travesía de incontables mundos por recorrer.
Sin duda alguna se trata de una esfera pedagógica hospitalaria que te abraza y te acompaña en los momentos difíciles, en situaciones complejas, pero también te transportaba por paisajes maravillosos que detonan en la esperanza y la posibilidad de que todas las cosas serán mejor a partir del instante que meditemos, decidamos y accionemos.
Sean elegantes, nos decía, y con ello nos hablaba de que no hay mejor elegancia que el ser natural, es decir, siempre fieles a nosotros mismos para ser los protagonistas de nuestra vida. Conócete a ti mismo.
Con el maestro MAR en el escenario (el salón de clases) nuestra visión del mundo se transformaba. Y cómo no hacerlo, si a través de la palabra inyectaba dosis de filosofía, historia, artes y poesía.
¿Cómo aprendes a caminar? Caminando. ¿Cómo aprendes a levantarte? Levantándote. ¿Cómo aprendes a escribir? Escribiendo… y así todo lo que podemos imaginar y hasta lo que pensamos imposible. El maestro MAR inspiraba e impulsaba a las personas con las que coincidía en su andar, llámense éstos familia, amigos, estudiantes o colegas.
Con su risa y sabiduría, una clase con el maestro MAR era como adentrarse en un infinito libro de mil y una historias. Traía con él un gran portafolio (invisible) equipado de buen humor, crítica, reflexión, sabiduría, entre otras, anécdotas y más historias.
Su enseñanza se orientaba hacia la reflexión, al cuestionamiento de las cosas, y la libertad. Cuando llegaba al salón siempre nos preguntaba ¿cómo están?, ¿cómo les va? Creando así un ambiente hospitalario que, a través de la confianza, eliminaba las aburridas jerarquías entre estudiantes y profesores. En clase nos insistía que nuestras sillas formaran un círculo, para permitir la interacción entre todos, para centrar nuestra atención en el otro cada vez que alguien participaba. Escuchar y aprender del otro.
La opinión de las y los estudiantes era fundamental para el maestro MAR. Amante de la lectura, llegaba al aula tras haber leído las últimas noticias, un libro, un artículo, etc., y preguntaba qué pensábamos sobre ciertas situaciones, notas o temas de tendencia y cada a una respondía, todas escuchábamos recíprocamente. ¿Cómo la vicks vaporub?
Alguna vez en clase el maestro nos dijo, a mis compañeras y a mí: A ver, escriban… mencionen a algún profesor o alguna profesora qué haya marcado su vida y por qué.
El personaje risueño acariciaba su barba y caminaba mientras entretejía sus ideas para después hablar.
¿Un profe que haya marcado mi vida? –pensé. Y recorrí mi odisea por la escuela pública, buscaba por todas partes y no encontraba a nadie. En ese momento, aclaro, sólo recordaba los pasajes menos luminosos, o en las palabras de mi querido maestro los más sombríos.
Todavía en la idea, antes de que alguna de nosotras plasmara algo en la libreta, el maestro se levantaba de su silla: uno, dos, tres pasos, tocaba su barba y nos preguntaba: A ver, usted, ¿qué profesor o profesora marcó su vida?
Entre compañeras nos mirábamos, como si en las otras encontráramos las respuestas que solo nosotras sabíamos. Contestaron cada una de ellas, luego llegó mi turno. Ninguno. ¿Ninguno? Bueno –y buscando apresurada en el archivo muerto de la memoria encontré uno significativo– tal vez sí, hubo un maestro en la primaria que llevó libros (cuentos) al salón. Dejó que escogiéramos uno cada quién. Nos dio media clase para que lo leyéramos y la otra mitad para narrarlo. Fue una experiencia buena. ¿Por qué? Porque nos escuchó.
Pienso, y estoy segura, que al momento de narrar nuestras experiencias el maestro MAR escuchó pacientemente y viajó a través de las historias que con entusiasmo las estudiantes compartimos. Él, siempre atento a los detalles que cada una de nuestras bocas pronunciara.
Recuerden amigos… El maestro Miguel Ángel Rodríguez para quien lo conoció, representó un impulso para aquellos estudiantes, los más desprotegidos, creyeran en sí mismos, en su capacidad de mejorar sus condiciones de vida a través del estudio y, también, a valorar la escuela pública.
Maestro Miguel Ángel, le agradezco cada una de sus enseñanzas. Ahora, tengo la respuesta de si algún maestro marcó mi vida. Usted, mi querido maestro, es quién ha marcado mi vida para siempre.
MAR, una esfera pedagógica*1Esferas como “el espacio vivido y vivenciado. La experiencia del espacio siempre es la experiencia primaria del existir. Siempre vivimos en espacios, en esferas, en atmósferas.” Peter Sloterdijk, Esferas I, Siruela, Madrid, 2009.