Un hilarante mandril atento me mira
hace siglos que aprendí a vivir
el revoltoso desasosiego,
el moco agrio de su hocico azul y rojo,
el temblor de su equívoca sonrisa complaciente
alrededor de mi vida.
Con la gracia gimnasta
de otros monos trepadores de su especie
goza en hacer malabares
con mis entendederas.
El escuálido poeta de Lisboa aparece
en el quicio de la tabaquería
prende su cigarro,
También me observa, fuma,
se ilumina.
Como un mandril risueño se incorpora
para dejarme mudo
y solo,
como él poeta mismo,
con un rapero estribillo en la gargante:
“Creo que creo en lo que creo que no creo.
“Creo que no creo en lo que creo que creo.”
Ora trepa por las cuerdas del viejo corazón
ora da una machincuepa,
las nalgas coloradas al aire,
se suspende,
como los colibríes,
en el instante,
entre la plenitud del diástole
y el abismo del sístole
vocaliza la sonora canción enamorada
clama al cielo por la bella
nadie responde
solo el silencio oscuro de la nada existe.
ni de la noche.