Este libro de Luis Jorge Boone surge como una búsqueda de visión. En sus primeras páginas se desenvuelve en una atmósfera cotidiana, con un lenguaje directo, casi prosístico, que emerge apenas de una realidad inmediata, acaso inadvertido de las posibilidades múltiples que más tarde van a perfilarse. Sin embargo, ya desde allí, donde se observa que siete mil años de evolución se desvanecen de pronto ante una fogata nocturna en el campo, ocurre también una mención de “la luz conectada / a una batería automotriz”, insinuando dos puntos de tensión que van a seguir presentes después: elementos de una tradición inmemorial y la tecnología amenazante. No aquí, en este comienzo, donde el poeta dice de pronto:
Callé para escuchar:
La vida hablaba.1 p. 9.
Y más adelante:
Todo sucede, y yo
en medio, ojo de huracán,
vacío y en calma.
Esto es lo que es: la materia que soy y al liberarse
se fragmenta.2p. 10.
Se oye luego un latido, más allá del propio corazón, un “arcaico tambor que suena […] a ras de viento”. Y hay una conexión con ese latido de la tierra, en una total aceptación de la propia fugacidad, si bien, algunos poemas adelante se dirá, tal vez desde otro contexto: “la verdadera, la única desgracia, es no saber despedirse”.
Gradualmente, el poeta percibe distintos ángulos de las cosas y va internándose en otras atmósferas. “Todo en calma —dice—para quien atraviesa el mundo con los ojos vendados”. El mundo, la realidad toda, van desdibujando sus contornos entre “una clave de sol borrada a medias” y “garabatos de sombra” al discurrir por el desierto. Dice:
Era de noche, y las luces parecían más un asunto de fe
que alcanzaba a iluminarlas apenas un segundo,
lo que dura la respiración del alma, antes de regresarlas
al manto de lo inexistente.3p. 21.
Y de eso inexistente van a emerger, al paso, y de un modo aleatorio, creaturas que vienen de ese otro lado de la realidad, en medio de algo tan común como una gasolinera, en cuyas luces se hace presente una realidad aparte:
Insectos de alas membranosas, hadas extintas
y almas en pena, subespecies de lo evanescente.4p. 21.
Discurre por una realidad ajena, ese hombre que si cruza “el mundo con los ojos vendados”, acaso trata de descifrar un paisaje a “golpes de ciego”. Pero la venda no durará mucho en sus ojos, puesto que surgen constantemente percepciones de entidades y realidades que se ocultan en las apariencias de lo inmediato. De pronto, un periódico atrasado es lo mismo que una noticia del Cretácico.
La observación de la realidad cobra más fuerza a medida que avanza el libro. ¿Cuál realidad? Lo que se descubre es que no hay sino una sola. La misma realidad va mostrando sus rostros ocultos, en la misma proporción en que el yo poético se integra más a ella, aun sin saber cómo, desde la noche, desde las nubes y sobre todo desde el agua, como ocurre en el poema “Tótem de la Oscuridad que Fluye”, donde el poema mismo es acaso “un estado del agua” , y el poeta dice:
Me vacío y me lleno, Entro y salgo
del agua y sus metáforas, de las palabras e ideogramas
que la contienen
como quien entra y sale de su dios.
Y comprueba que el mundo es uno y el mismo, sólo
cambia
de oráculo5p. 34.
Más adelante, ese mismo poema dice:
Tenemos necesidad de vida eterna,
aunque no creamos en la eternidad.
Lo mismo que un peón que avanza con lentitud por el tablero
y no conoce de antemano todas las partidas
y no percibe los escaques.6pp. 35-36.
En muchos puntos el poema gravita hacia eso que no se ve ni se conoce, pero en lo cual estamos inmersos. El poeta bordea todo el tiempo el límite entre ese no ver y no saber y la visión que busca. El límite se rompe muchas veces, y el poeta va de una a otra de estas orillas, enriqueciéndose con cada nueva faceta de la realidad que toca. De pronto, en uno de los cantos “para danza fantasma” afirma:
Me llamo triángulo
y nido.
Soy un trueno en caracteres:
soy toda la estratósfera.7p. 39.
Sin embargo, vuelve la dicotomía:
La aurora no será nunca
el bosque de signos donde puedas perderte,
sino el neón resignado a no anunciar
en su marquesina universal
los estrenos del verano.8ídem
Pero lo que el poeta está haciendo es justamente deambular por un “bosque de signos”. No los de las “tablas de la ley” ni otros rumbos previsibles. Allí, dice, “Lo siguiente es bailar bajo la piel del bisonte / y alrededor de la hoguera”, y con ello se hace presente el anhelo de llegar “al corazón del paisaje”; es decir, al centro de la realidad.
¿Y es eso posible todavía? El paisaje que despliega el siguiente poema, uno de los muchos con el título, entre corchetes, de “Lacrimae rerum”, las lágrimas virgilianas de las cosas, es la promesa puntual de una catástrofe ecológica, con “material sintético dictando un / tiempo inhumano” y “Polímeros enraizados entre la hierba”: escombros de lo que ha contaminado no sólo la tierra sino el alma humana, como muestra el final del poema, después de dar cuenta de una destrucción generalizada:
Alabada sea la inmortalidad del hombre.
Su voluntad de cuchillo roto y oxidado.
Su mente de cuerda hecha nudo.
Su alma de bolsa rota que se eleva
bajo el sol de la tarde.9p. 40.
Este es uno de los muchos momentos del libro en que la tensión empuja, más allá del centro de gravedad del poema, hacia una búsqueda de visión, una confrontación con la realidad, la necesidad de un llegar a términos con ella.
Es difícil convencer a alguien que no ve nada de que,
en efecto,
hay algo
ahí.
Esta realidad que habitamos es única, como todas las demás
que no habitamos,
y que nunca entenderemos.10pp. 43-44.
La conciencia de habitar una única realidad, no hace, como vemos, que ésta sea más inteligible. Al continuar el poema, vemos que por todas partes yacen latentes formas imprevistas y fugaces que revelan apenas una sombra de significado y desaparecen, como los espejismos. Se acrecienta gradualmente la movilidad de la materia, visible e invisible; la ebullición de las cosas en sus formas y colores, en su transformación incesante. El dinamismo al interior de la realidad palpita en los versos que se siguen, abriendo cada vez más esas presencias inmateriales en el mismo paisaje desértico. Montañas, arena, piedras, se desdoblan dentro de sí mismas mostrando otras capas, que pertenecen a una realidad alterna. Igualmente se desdibuja el tiempo; la concreción de objetos y de seres circula por instantes intercambiables, así como se borran los límites de cielo y tierra, o luz y oscuridad, cuando se ve que la luz sigue “su itinerario hacia / el corazón de la sombra. / Y no lo vemos.”
El poema se vuelve también una red que intenta atrapar eso que está oculto. “Algo corre subterráneo y no es un río”, dice el poema. Es algo que se esconde en las grietas, en lo discontinuo, que se interrumpe en un punto. Algo ajeno, pero que se hace presente por su inasibilidad. La realidad y las cosas mismas son elusivas, y descubrir que “nadie / puede poseerlas”, se vuelve una forma de exilio. Y esto da origen a otra revelación, la de que nada nos pertenece, excepto tal vez,
…este pulso de átomo inestable,
…este estilo
de polvo de estrellas, polvo vagabundo.11p. 48.
En el que es acaso el poema central del libro, “Tótem del Bisonte”, allí, donde “A mitad del cuaderno pasta un bisonte”, donde se ve que “despunta de la muerte y va hacia la muerte” una manada entera, oscurre un descenso que lleva a una auto-extinción, en “las grandes llanuras”, y “la orilla del desierto”; “en la frontera con otro país”, y “en el rezo de las tribus”, hasta que:
A la sombra de tu especie en el sueño de quien
nunca te verá, no mueres, no te extingues.12p. 48.
En el espíritu de los ancestros y el propio nombre antiguo, se revela la clave que hace volver a los “viejos dioses”. Pero la visión de que “todo volverá a ser sagrado”, se compromete en el fragmernto siguiente, donde habla el poeta de “mi camisa mental, sucia ya en el polvo del futuro” y dice: “El horizonte que ves en este poema es un cyborg: es técnica y estructura.” Aquí reaparece la intrusión de los elementos antinaturales que contrastan con la visión unitaria y las riquísimas percepciones por las que deambula el poeta. No obstante, el poema recupera el impulso anterior y muestra la visión que acaso ha buscado, con una serie de imágenes tan espléndidas del bisonte, que parecerían pinturas de Altamira o de Lascaux. El bisonte renace de sus cenizas para galopar por las praderas, y es en verdad un tótem, no sólo como símbolo, sino por la transmisión de una fuerza. El poeta dice:
Me inclino ante el espíritu que de ti viaja hacia mí
y viceversa, aunque no haya revés exacto de esta idea.13p. 57.
Y de esto tan antiguo proviene la visión no sólo del bisonte sino de un nuevo orden, que se ubica en un centro, un punto medio, un aquí y un ahora, que hace tábula rasa de las otras tablas, de las recetas, de los prejuicios, de las expectativas. “El horizonte es una línea de flotación”. Dice:
Esta pared es la Realidad
y empieza a moverse. Arena y oleaje
donde nada había. Como cuando contemplo,
enamorado,
la quieta piel de la materia,
mientras desde abajo el caos la desborda,
mientras desde atrás una fuerte lluvia la golpea.14p. 61.
Percibo aquí el punto culminante del poema, que baja por laderas más tranquilas, pero muy alertas, descubriendo las cosas mismas bajo esa otra luz, e interrogándose también sobre la propia identidad:
¿Soy mi Espectro, y me quedo siempre a mitad de todo,
siempre a mitad
de mi propia vida, perdido en un mapa mío
pero antiguo que no alcanzo a leer?
Busco las puertas para tocar su madera oscura.
Un golpe. Dos.15p. 76.
Es inevitable recordar aquí a otro poeta que también a la mitad del camino de su vida se halla en una selva oscura, de la que sólo podrá salir con la ayuda de un guía. Pero nuestro poeta no está, por suerte, ante las puertas del infierno, sino de la percepción, que han de ser, dice con humor:
… como las de las viejas cantinas.
Abrir y cerrar, batir sus alas activadas por resortes,
sujetas al Todo…16Ídem.
El hallar una respuesta no inmoviliza al poema. Su dinamismo intrínseco prosigue, y va de un concierto, tal vez de rock, a una reflexión sobre las aguas estancadas (de la costumbre, del convencionalismo) que producen “los reptiles de la mente”; pero también habla sobre el alma, fauna fantástica y sutil, de la que dice, ya casi al final del libro,
Cuando ella aprenda temas nuevos, y recupere
palabras de los bolsillos de otros siglos, bajará otra
vez, montada en un bisonte de oro, lloverá: vendrá
a sostenernos, y a dejarnos otra vez.
El espíritu que ama al cuerpo no lo ocupará para
siempre, pues sabe que puede destruirlo.17p. 81.
El poema completa el periplo del que partió al principio, donde acampan de noche en despoblado, con un regreso, donde bajan a cien kilómetros por hora, por la tráquea de un monstruo que los devoró. Dice el poema: “Detrás de los parabrisas, el mundo era la noche primigenia”. La búsqueda que ha sido el impulso más poderoso del libro se ha concretado en una visión que muestra vivamente los rostros visibles y no visibles de la Realidad, y que revela un profundo amor por ella.
Parecería, por otra parte, llegar a un punto de intersección o de confluencia de dos caminos muy distintos, pero que se acercan en su percepción aguda de esos muchos rostros de la realidad: el de las tradiciones chamánicas americanas, y el de la espiritualidad oriental. Se puede recordar el paso de otros poetas por estas mismas vías. Entre nosotros, José Vicente Anaya juntó su experiencia del híkuri, nombre del peyote entre los rarámuris, con su práctica de budismo chan (zen) y de tai chi. Pero cada viaje es unico e irrepetible.
En Bisonte mantra, el bisonte es una referencia a tradiciones sagradas de pueblos originarios, desde los sioux y lákotas, muy al norte, hasta div ersas tribus apaches y muchísimas otras. En alguna de ellas la visión del bisonte o búfalo blanco tenía la misma sacralidad y una función bastante parecida a la del venado azul entre los huicholes. En el libro, yo siento que el bisonte es el nombre de una búsqueda. El ‘mantra’ se me queda como un enigma, que el autor deberá resolver; pero en todo caso, para mí, acentúa la sacralidad de la referencia al bisonte. La lectura del libro es en sí misma un viaje que enriquecerá a todo lector.
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