Tsotsiles en Puebla: infancias indígenas migrantes y trabajadoras

Por: Miguel Ángel Rodríguez

El 26 de febrero pasado, hace casi un mes, Juan Villoro escribió un artículo memorable sobre la migración europea, pues dió cuenta de nuestra condición de seres ficticios bajo el signo de la pandemia. El modo virtual de nuestras relaciones, de las que “carecemos de suficiente evidencia pública para demostrar que somos reales”, nos sitúa en una pausa ontológica en la que dejamos temporalmente de ser.

El pensador mexicano juega con la ontología y nos descubre, a propósito de la negación del ser, una palabra que revela el angustiante estado de excepción que abandona y reduce a muchos migrantes varados temporalmente en Alemania, por causa de la pandemia (no hay vuelos) y por algunos problemas burocráticos con sus pasaportes (las oficinas están cerradas), digo, los coloca en una situación que no es legal ni ilegal, por lo que el Estado alemán les otorga un documento que pasará a la historia de la migración mundial como el primer reconocimiento oficial a seres de ficción.

Con un extravagante e impronunciable vocablo Fiktionsbescheinigung, que literalmente significa Certificado de ficción, los burócratas germanos despacharon la cuestión. Un papel del gobierno que “acredita la condición ficiticia de quien lo porta”. Es la expresión más cristalina de las degradantes maneras en que funciona el estado de excepción en el primer mundo, incluyen legalmente a los migrantes para desincluirlos, para recordarles su otredad.

Me pregunto aquí, siguiendo a Juan Villoro, por el eufemismo castellano que nombre la circunstancia ominosa que viven las infancias indígenas migrantes y trabajadoras de nuestro país, y, en particular, por las familias migrantes tsotsiles que, desde hace más de tres lustros, viajan como sombras, en un trajín sin descanso, en un vaivén constante, de Mitontic, Chiapas, a la Ciudad de Puebla.

San Miguel Mitontic

San Miguel Mitontic es un pueblo prehispánico fundado por los tsotsiles, una comunidad indígena de origen maya en la que el 98.7 por ciento de la población habla la lengua originaria. En la actualidad es un municipio de la Región V de los Altos de Chiapas, misma que está conformada por 18 ayuntamientos: San Cristóbal de las Casas, Mitontic, Teopisca, Altamirano, Chalchihuitán, Chanal, Chamula, Pantelhó, Chenalhó Oxchuc, Las Rosas, Tenejapa, Amatenango, Zinacantán, Aldama, Huxtán, Larráinzar y Santiago. Mitontic es una ciudad con una población de 13 mil 755 habitantes según el último censo de población y vivienda (2020) y suele aparecer entre los diez municipios más pobres del país.

La mayoría de los seres de maíz que migran cíclicamente a las ciudades de México, Yucatán, Oaxaca, Qunitana Roo, Veracruz, Tabasco, California, Campeche y Puebla no tienen siquiera un certificado de ficción, un Fiktionsbescheinigung que los acredite como sujetos de derecho en proceso de probar su existencia real, porque existen sin ser valorizados jurídicamente. Vamos, ni siquiera están registrados en alguna dependecia local de Chiapas, y, desde luego, menos aún existe constancia legal de su presencia en la Angelópolis.

Los migrantes viven en un eterno estado de excepción que, con frecuencia, los enfrenta a graves sufrimientos familiares, porque las autoridades del sistema DIF (Desarrollo Integral de la Familia) de los estados y ciudades a las que migran suelen hacer generalizaciones descriptivas y normativas que estereotipan, estigmatizan y criminalizan las estrategias de supervivencia de las familias tsotsiles.

Sin comprender, sin escuchar siquiera los múltiples sentidos que el trabajo infantil migrante adquiere como constructo comunitario sociohistórico entre los pueblos indígenas, porque, como en el caso de Puebla, no cuentan con un traductor tsotsil autorizado que interprete los sentimientos y deseos de los niños y las niñas, con ese juicio universalista y paternal que infantiliza a las poblaciones indígenas y afrodescendientes, las familias tsotsiles son cruelmente separadas hasta por más de medio año.

Y ahora pende como espada de Damocles sobre sus vidas un proyecto de ley para erradicar el trabajo infantil en el estado de Puebla, una normatividad de buenas intenciones que, sin embargo, debe dialogar con las otras formas de existencia para conocer el sentido de su verdad, escuchar las voces y significados de los propios niños y niñas tsotsiles y, por supuesto, los argumentos y narrativas de sus padres.

Las acusaciones siempre son las mismas, que no son sino ordinarios lugares comunes: explotación del trabajo infantil y violencia familiar.

Vamos a ver, entiendo que se han registrado, lamentablemente, algunos casos que pueden calificar para los delitos arriba señalados, lo que quiero enfatizar es que a partir de esos acontecimientos, más bien extraños entre la población tsotsil que migra a la ciudad de Puebla, el acendrado racismo poblano los ha generalizado y, en consecuencia, los ha validado como “estereotipos contingentes y despectivos” contra ellos. Un lugar común que, entre otras cosas, despoja a los niños y a las niñas de su propia iniciativa, porque los convierte en seres sin voluntad y sin voz y, por si fuera poco, condena a los padres y las madres tsotsiles, que ya cargan en sus vidas con todos los acoplamientos imaginables de desventajas sociales que, a mi parecer, ninguna interseccionalidad ha sido capaz de pensar siquiera, a representar todavía, para acabarla de chingar, el trágico papel de crueles verdugos de su propia progenie.

La problematización de los migrantes

Como la imagen siniestra y torva de los mexicanos que Donald Trump dibujó al principio de su gobierno para justificar la necesidad del famoso muro fronterizo, un estereotipo que es común escuchar y leer entre los conservadores supremacistas de los Estados Unidos, el mismo molde grotesco que se usó contra los afrodescendientes para criminalizarlos, para negarles los derechos humanos más elementales, una deshumanización tan brutal que encendió, hasta la rabia, la indignación del movimiento de liberación afrodescendiente.

Una digna rabia que Martin Luther King inmortalizó el 28 de agosto de 1963 con la maravillosa pieza retórica pronunciada bajo la sombra simbólica de George Washington: “I have a dream”.

Y así podemos hablar pestes de los judíos, los musulmanes, los chinos, los gallegos, los indígenas y afrodescendientes, sin saber, sin comprender un ápice la construcción del sentido y esencia de su verdad, vamos por ahí repitiendo lugares comunes, generalizaciones descriptivas que devienen estereotipos humillantes contra los diferentes, son clichés derivados de la proverbial soberbia occidental y de la pretensión logocéntrica, estandarizada, meritocrática y universalista del proyecto ilustrado y capitalista de desarrollo.

Los alemanes estrenan la palabra Fiktionsbescheinigung para acreditar el ser de ficción de los migrantes varados en Alemania, hasta nuevo aviso existen en un estado de excepción ontológica, se trata a todas luces de un proceso provisional que se resolverá pasada la pandemia. No hace falta decirlo, los indígenas chiapanecos de Mitontic viven en un estado de excepción permanente, no tienen derecho a la salud, ni a la educación, ni a un trabajo digno y bien remunerado, baste decir que el censo de población y vivienda del 2020 registra un elocuente 0.1 por ciento entre la población de 12 años y más no económicamente activa que está pensionada o jubilada. En otras palabras, llegan a la vejez sin tener garantizado los derechos sociales fundamentales, pues nunca fueron registrados formalmente como sujetos de derecho por sus empleadores.

Otros datos que vale la pena consignar son que apenas el 25 por ciento de las viviendas de Mitontic cuentan con agua entubada y, de ellas, menos del 2 por ciento tiene cisterna. No es momento de detenerse a pensar, por la escasez del agua, en el carácter sacro que la Coca-Cola adquirió desde hace años en las tierras tsotstiles, en las que el tóxico líquido aparece como vehículo de curación o como vino de consagrar en todas las ceremonias civiles y religiosas de relevancia social.

Por otra parte, apenas el 6.6 por ciento de ellos tiene servicio de telefonía celular y una tercera parte cuenta con el servicio del seguro popular (censo de población y vivienda 2020). Hablamos de un espacio que suele figurar entre los diez municipios más pobres del país.

Como si fuera posible imaginar más desgracias, la situación económica de la comunidad ha sufrido un deterioro considerable durante los últimos cinco años, especialmente si la evaluamos a la luz de las variaciones en el porcentaje de la población de 12 a 14 años y de 15 a 24 años que asiste y abandona la escuela.

Veamos, mientras durante el 2015 el 72.6 por ciento de estudiantes de ese rango de edad asistía a la escuela, tenemos que para el censo del 2020 ese porcentaje se redujo a un 54.6 por ciento. Un incremento del abandono escolar de 18 puntos porcentuales en cinco ciclos escolares que no puede ocurrir como si nada estuviese pasando, pues si lo comparamos con el promedio nacional de asistencia a la escuela en esa edad de 12 a 14, que asciende a un 90.5 por ciento (2020), hablamos de un incremento radical de la brecha de la desigualdad educativa entre los estudiantes tsotsiles y el resto de los estudiantes mexicanos, son 36 puntos porcentuales de desventaja educativa.

¿Dónde están los miles de niños, niñas y adolescentes tsotsiles que ya no están en las aulas?

Sin embargo, aunque usted no lo crea, no es el escenario peor para la vida de los estudiantes de Mitontic, Chiapas, ni para las altas aspiraciones, siempre nobles y lúcidas, del sistema educativo mexicano, pues, cuando los estudiantes tsotsiles alcanzan los 15 años de edad, el porcentaje de ausencia es una dolorosa tragedia humana y el abandono escolar reduce la matricula de manera crucial. Así encontramos que para el año 2015 solo el 15.2 por ciento de la población entre 15 y 24 años asiste a la escuela, una tendencia a la baja en la asistencia escolar que alcanzó a gatas el 13 por ciento en el 2020. Esto es, 30 puntos porcentuales de desventaja con respecto a la asistencia escolar promedio de los alumnos del país que alcanzó un 45.3 por ciento según el censo del 2020.
De esa manera, durante el 2015, al transitar de la secundaria (72.6) a la preparatoria (15.2) se observa una reducción brutal del 54.7 por ciento de los estudiantes inscritos en el ciclo educativo anterior. Y lo mismo pasa para el 2020, pues del 54.6 por ciento de la población que asiste a la escuela entre 12 y 14 años desciende drásticamente al 13 por ciento de quienes asisten a la escuela entre los 15 y los 24 años de edad. Se observa aquí, igualmente, un abandono escolar de 41. 6 por ciento. Esa es la dimensión de la deuda que el sistema educativo nacional mantiene con las comunidades indígenas tsotsiles.

¿Dónde están los miles de jóvenes tsotsiles que ya no están en las escuelas?

Como les decía, después de un recorrido de más de 700 kilómetros en un viejo autobús pirata, sin seguro de vida y buena parte del camino viajando de pie, con las criaturas a las espaldas, arriban las endeudadas y fantasmales familias tsotsiles a La Loma, una colonia de alta marginación situada a un lado del Mercado Hidalgo, en la Ciudad de Puebla. Migran desde hace más de tres lustros, son hombres y mujeres jóvenes, en edad laboral, vienen en busca de mejores horizontes de futuro inmediato. Los primeros migrantes tsotsiles encontraron ahí las mejores condiciones para morar sin sufrir severamente la discriminación, quizá porque mucha de la gente que habita en el vecindario también proviene de otras diferentes culturas indígenas de Puebla, Oaxaca, Chiapas y Guatemala.

El Atlas de los pueblos indígenas de México del 2015 registra la presencia de 554 tsotsiles en el estado de Puebla, la inmensa mayoría en la ciudad capital. Vale la pena tener siempre presente que la mediana de edad de los habitantes de Mitontic, Chiapas, es de 16 años –según el censo de población y vivienda 2020– por lo que hablamos de familias muy jóvenes con hijos e hijas en edad escolar que usualmente migran con ellos, por lo que es muy complejo pensar, como veremos, en una educación formal a la manera tradicional.

Cuando uno pasea por las calles de La Loma es posible encontrar una gran variedad de pequeñas tiendas de abarrotes y una oferta muy plural de alimentos regionales, son negocios atendidos, en su mayoría, por migrantes indígenas del interior del estado que encontraron ahí, cerca del mercado, un buen lugar para construir su casa. Se trata de un fenómeno sociodemográfico creciente que no ha recibido, lamentablemente, la atención estatal que un enfoque de derechos sociales fundamentales y un sentido estricto de justicia social demandan con urgencia.

Yo’on Ixim (Corazón de Maíz)

En ese contexto sombrío emerge un proyecto salvífico que, contra viento y marea, pretende construir un proyecto cooperativo y educativo, un espacio termotópico, una esfera para el cuidado del ser de los niños, niñas y jóvenes tsotsiles migrantes, en donde la pluralidad epistemológica y ontológica de los tsotsiles adquiera carta de naturalización: Yo’on Ixim (corazón de maíz A.C.).

Samantha, la fundadora de la organización civil, nos platicó a Sandra Aguilera Arriaga y a mí, que fue en el 2014 cuando vio por primera vez a un grupo de indígenas, adultos, niñas y niños, con una indumentaria hermosa, pues eran blusas preciosamente bordadas sobre tela de color morado que usaban las niñas y las mujeres que vendían chicles en las esquinas y grandes cruceros de la ciudad: “¿qué hacen ahí?, ¿cómo es su vida?, ¿cómo es que llegaron a estar así…?” -se interrogaba.

El proyecto cooperativo es el paraguas que cubre y protege al proyecto educativo. Consiste fundamentalmente en la posibilidad de crear un espacio productivo consolidado por mujeres tsotsiles que “participan en un proceso de auto-definición y producción cultural” (Ferreiro, 2016, p.53). Las prendas bordadas se venden en un mercado justo para los saberes y habilidades textiles que, por tradición, practican las indígenas tsotsiles, son tejedoras maravillosas de una selva cósmica. Ahora las mujeres también bordan capas, vestidos, blusas, cachuchas, fundas para celulares, etc., y producen mermeladas de frutas para vender en el Sagrado Mercadito, un dominical centro alternativo de comercio ubicado en San Andrés Cholula.

Con ese ingreso pueden dedicarse también a estudiar y, sobre todo, sus hijos conocen y aprenden en la escuelita.

Las artesanas del Corazón de Maíz proponen y crean nuevos diseños textiles que bordan con sus saberes tradicionales, se sienten revaloradas porque pueden alcanzar, con la apropiación del proceso de trabajo, que está vinculado a la recreación de su cultura y cosmovisión, cierta autonomía que les permite, en principio, tomar la decisión de abandonar las calles para vivir, provisoriamente, como son sus propias existencias, la experiencia de la escuela.

En la denominada “escuelita” los profesores comprenden y aprovechan muy bien las ventajas de que los estudiantes tsotsiles hayan sido vendedores en la calle, porque el proyecto educativo reconoce y valora las experiencias y los aprendizajes que los niños, niñas y jóvenes adquieren en el trato diario, en los estados de ánimo que es necesario adivinar en los transeúntes para no despertar la ira del racismo, discriminación clasista y patriarcal.

Y no se diga en las habilidades matemáticas, un área en la que, según la opinión de los profesores, suelen desarrollar capacidades y habilidades singulares.

De la misma manera, mientras en otros estudios nacionales e internacionales similares, con los que pretendemos hacer un análisis comparativo, los juicios de algunos profesores insisten en que la lengua originaria es un obstáculo para el mejor aprovechamiento escolar, en la escuelita Yo´on Ixim encontramos que la mayoría de los docentes valoran alto la lengua tsotsil y se encuentran inmersos en su aprendizaje, el cual, podría decirse, es la lengua que prevalece en las actividades escolares.

Van más allá, pues una de las profesoras explora con paciencia el intrincado mundo de los sentimientos y las emociones de los y las migrantes tsotsiles, un trabajo de investigación hermenéutica que nació como un problema del aula, de la docencia con niños y niñas tsotsiles.

Yo´on Ixim es una esfera inmunológica porque es creadora de comportamientos colectivos termotópicos, creadores de calidez, en donde el uso y cultivo de la lengua tsotsil es promovida activamente por los profesores y profesoras tanto en las actividades de aprendizaje como en las de recreación, en las que la risa siempre está presente, de repente los estudiantes mayores devienen profesores, cuidadores del ser de los más pequeños y la lengua florece en ese proceso de comunicación risueña a través de la palabra verdadera, de los niños, niñas y jóvenes verdaderos.

La escuela, sin renunciar a la formación del entendimiento, se confunde con el juego, como se confunden, por momentos, los roles de estudiantes y profesores en una relación de horizontalidad y respeto que a mi se me gusta nombrar cuidadora del ser de la infancia tsotsil. Una suerte de meta-hogar en donde la búsqueda el bien común les brinda hospitalidad y márgenes de autonomía contra el populoso desierto de las calles.

Corazón de maíz es una institución de la sociedad civil, una burbuja solidaria para el cuidado del ser de los niños, niñas y adolesdentes tsostsiles, un refugio seguro contra la invasión de los patógenos clasistas, racistas y logocéntricos, es un escudo verdadero contra la miseria del mundo.

Aquí el link para el conversatorio libre y gratuito: https://harvard.zoom.us/meeting/register/tJUpfu-rrz4jE928uAG1Ong-ZhXR-3JOPT5i


Diversidad lingüística y discriminación étnica en la escuela

La lengua indígena en muchas escuelas mexicanas de educación básica “es quizá la causa de violencia escolar más severa porque se naturaliza a través de apodos y burlas, pero paradójicamente genera un modelo de bilingüismo contracultural que fortalece las identidades lingüísticas de forma lúdica”, como lo observaron Daniel Hernández-Rosete y Olivia Maya en un estudio realizado en escuelas primarias de la Ciudad de México. (2016) Discriminación lingüística y contracultura escolar indígena en la Ciudad de México.

Por su parte, en el mismo sentido y con mirada antropológica, Ana Carolina Hecht et al (2018) apunta en un estudio sobre la educación intercultural en Buenos Aires, cuyo objetivo es conocer las representaciones que los profesores y autoridades se hacen de los sujetos de aprendizaje, que en las escuelas formales “hay una explícita negación de la lengua indígena como parte de la curricula escolar, la mayoría de los docentes y directivos de la escuela considera que justamente porque sus alumnos “hablan toba” tienen dificultades de aprendizaje en todas las asignaturas.

Esto se debe a que el idioma indígena se considera un factor nocivo que interfiere en el correcto aprendizaje de la lecto-escritura en español, dificultando a su vez todos los aprendizajes posteriores.” Miradas escolares sobre los niños y las niñas indígenas. (2018: p. 253).

Y en el mismo sentido que Daniel Hernández-Rosete y Olivia Maya, las estudiosas argentinas escriben que “a la vez que puede considerarse a la escuela como una amenaza para la lengua indígena, también se le puede atribuir el actuar como motor para la revitalización lingüística”. (p. 251).
Martha Josefina Franco, quien ha estudiado los complejos caminos de la migración y la educación indígena en Puebla, sostiene en “Escuela de papel. Intervención educativa en una institución donde asisten niños y niñas migrantes”, realizado en Nealtican, región indígena y migrante, que:

el personal de la escuela es indígena y setenta por ciento hablan su lengua materna, pero en su práctica docente todos emplean el español. Las actividades en náhuatl se circunscriben a la clase en dicha lengua que imparten los profesores de grupo una vez por semana durante una hora; el saludo por las mañanas; el canto del himno nacional en forma bilingüe (náhuatl y español) en las ceremonias cívicas; y letreros en esa lengua en los baños, la biblioteca y muros. (2014:p.12). Sinéctica, 2014, Universidad Jesuita de Guadalajara (ITESO).

De la misma manera, en otro estudio realizado por Franco (2016) en La Resurrección, una colonia de la ciudad de Puebla en la que conviven migrantes mayoritariamente nahuas con otros pueblos originarios como el totonaco, zapoteco, mixteco, popoloca, ñahñú y mazateco, subraya que “no existe un proyecto pedagógico que recupere la diversidad cultural e incluso los maestros no la reconocen” y cita el testimonio del director de la escuela Emiliano Zapata:

“para los maestros son invisibles, no los toman en cuenta por sus diferencias culturales, solo se refieren a ellos porque señalan que tienen problemas de aprendizaje, pero no hay diagnóstico, solo los advierten como un problema.” (p. 34) Revista Iberoamericana

En los tres estudios referenciados el tema es la migración de grupos originarios a una megalópolis, el artículo de Carolina Hecht et al, explora la migración indígena transnacional de Bolivia a un barrio de la capital Argentina; el texto de Daniel Hernández-Rosete y Olivia Maya, es una reflexión que da cuenta “de los recursos de resistencia a la discriminación lingüística que los estudiantes indígenas despliegan para contender con esta forma de violencia escolar” entre los niños indígenas mazahuas, mixes, tsotsiles, tseltales y zapotecos que asisten a dos escuelas de educación primaria en la Ciudad de México y los textos de Martha Josefina Franco que observan las maneras en que los estudiantes y las lenguas maternas son invisibilizadas en las escuelas primarias de la Ciudad de Puebla y que, en los hechos, también configuran un grave cuadro de discriminación lingüística; digo, con los tres estudios, en los que es evidente que la mayoría de los docentes consideran la lengua originaria como un obstáculo para los aprendizajes de los estudiantes, se puede comprender de mejor manera el porqué la escuelita Yo´on Ixim, es una propuesta propuesta hospitalaria.

Esto es, aunque la alfabetización es en español, las profesoras y profesores valoran profundamente la lengua tsotsil y, la mayoría, se encuentran en un decidido proceso de aprendizaje del idioma. Las artesanas con sus hijas e hijos se comunican con toda libertad en tsotsil dentro de la escuelita y las bromas entre ellas, especialmente cuando se toca el tema del casamiento, van y vienen entre palabras y risas que recrean y revitalizan la lengua en todo su secreto resplandor.

No es extraño que la escuelita haya obtenido, en tan corto tiempo, una legitimidad educadora frente a los ojos de las 26 familias tsotsiles asentadas en La loma y que participan activamente en el proyecto.

El profesor Francisco apunta:

Ya en este otro momento donde se puede acomodar más tiempo a estudiar con ellos pues ya trabajamos dos días entre semana, después ya fueron tres días entre semana y se pudo vincular al primer grupo de los hombres, los llamamos sí, que eran tanto los papás y hombres de la comunidad en general. Entonces pudimos tener como un grupo constante, al menos fueron dos meses que se pudo trabajar bien con el grupo que eran doce hombres que también se estaban involucrando en la parte de alfabetización porque estábamos todos, desde las mujeres, la mayoría de los hombres. Había dos que ya habían terminado primaria y yo quería la certificación para ellos del INEA, pues estaban en esta cosa de empezar la secundaria. Yo estaba en las tardes trabajando con el grupo de los hombres que era meramente alfabetización y Sam me apoyaba con los de secundaria, entonces ella hacía su grupo de los dos que ya iban más avanzados y los de alfabetización, entonces en ese momento la dinámica era entre semana teníamos clases con los niños, al menos yo en la parte de matemáticas, y en las tarde noche que era de 06:00 a 08:00 trabajábamos con los hombres en la parte de alfabetización, y bueno, con las mujeres ahí había esta chance de trabajarlo con otros voluntarios que se nos suman. Esa parte ha sido bien bonita.

La propuesta de Samantha cayó sobre tierra fértil, pues la mayoría de los migrantes tsotsiles jamás fueron a la escuela en Mitontic, en algunos casos ni sus padres ni sus abuelos tenían idea alguna de la educación laica, pública y gratuita que consagra la Constitución para los mexicanos desde 1917.

En varias de nuestras visitas a Yo´on Ixim encontramos a las mujeres tomando clases de español y de matemáticas. Son dos grupos atendidos por voluntarios que apoyan el trabajo con los tsotsiles.

En la escuelita se habla el tsotsil y el español en todos los espacios. Cuando están bordado las mujeres o realizando alguna actividad en sus clases de educación primaria, hablan las dos lenguas. Lo mismo ocurre con los niños y niñas, hablan el español con sus maestros y cuando participan entre ellos y ellas, cuando juegan o hablan con sus madres lo pueden hacer en español o en tsotsil.

En los diálogos que tenemos con ellas suelen seguir la conversación en español y en cualquier momento se aclaran, se explican, se consultan en tsotsil o, bien, bromean y hablan entre ellas, tejiendo complicidades risueñas en su lengua materna.

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